Con esta entrada, comienzo con la otra gran banda de castillos que hay en el sur de Sevilla y norte de Cádiz: La Banda Morisca. Banda no es ni más ni menos que otra forma de decir, «frontera» y en este caso es la frontera que hacían estos castillos con el reino de Granada.
Vamos con el castillo.
|
Plano 3D |
Ubicado a 3 kilómetros de El Coronil (en la A-376, dirección Montellano), es de origen musulmán, aprovechando cimentaciones anteriores. Destaca por su gran belleza y su magnífico estado de conservación (en general) que lo convierten en uno de los principales castillos de la comarca.
Esta fortaleza debe su nombre a que, según la tradición, los jabalíes de los bosques cercanos aguzaban sus colmillos en la superficie rocosa sobre la que está construida. En 1383 el castillo fue restaurado por Ruy Pérez de Esquivel.
Cuenta con recinto cuadrangular con cuatro torres en las esquinas y dos semicirculares en medio de dos de sus murallas, además de una imponente torre del homenaje con dos espaciosas habitaciones. Podemos comprobar que algunos de sus gruesos muros tienen más de 3 metros de espesor.
Esta fortaleza posee un recinto adosado para proteger el pozo que existía en la zona, el manantial (Fuente de las Aguzaderas) más importante de toda la campiña y que justifica la ubicación del castillo en terreno llano y no elevado, de manera que pudiera ser fácilmente defendible.
Sobre el castillo de las Aguzaderas se cuentan numerosas leyendas que nacen en las continuas reyertas propias de una zona fronteriza en constante conflicto con el Reino de Granada. Son historias arraigadas en la tradición oral andaluza, historias seductoras, dramáticas, que hablan de tesoros escondidos y amores imposibles. Se cuenta que en este castillo puede verse a media noche la sombra de un guerrero haciendo la ronda por el adarve, aguardando eternamente el retorno de un amor perdido para siempre, y otra leyenda cuenta que hay un tesoro escondido en sus muros, cuya ubicación se desvelará únicamente a quien sea capaz de comer una granada, sin desperdiciar un solo grano, sentado en lo alto de la torre del homenaje, a las doce en punto, en una Noche de San Juan.